domingo, 23 de septiembre de 2018

Un cuento


Hace tiempo, hubo una chica que perdió a su madre. Solo tenía 11 años y el mundo se quebró.
Hace menos tiempo, cuando la chica tenía 16, que llegó una mujer a casa, otra más, pero ésta parecía definitiva. Era amable, al principio. Sabia, divertida. Y entonces trajo las maletas, se asentó y de forma sistemática empezó a borrar todo rastro de la madre. Muebles, que se intentó desembarazar vendiéndolos al primero que pasara (la familia de la madre los compró), fotos, cuadros, incluso el techo de la cocina o los toalleros del baño. Intentó que la chica quitara de la pared de su habitación un cuadro sobre las Mil y una noches, regalo de su madre, claro. No lo consiguió. La chica, con el tiempo, se enfureció, atacó, insultó a la mujer. La mujer la abofeteó delante del padre, que no defendió a su hija. No en un año, y si lo hacía, era a escondidas, y tenía consecuencias.

El ordenador, las consolas, el queso. Todo pequeño fallo o toda contestación de aquella chica que no fuera totalmente correcta necesitaba reprimenda. La familia de la chica, la de la madre, la del padre, la defendió, pero el padre estaba ciego, hechizado.
La chica tenía amigas, la defendían. Tenía un blog, y reseñaba, y una chica de Cantabria que le enseñaba canciones de Apocalyptica y una chica vasca, que le enseñaba canciones de Sonata Arctica. Y Nightwish, y también algún tema de Rhapsody o Stratovarius. 
Aquel año le dijeron que no valía para estudiar, tras repetir, y lo dejó. El mundo estaba sumido en bruma. 
Y entonces se fue. Dos veces. Hizo las maletas un sábado y no volvió. Pero había una herida muy profunda y no hay música que la pueda suturar del todo. Aquella chica había acabado drenada, dolida y dañada para siempre. Ya no confiaría en las mismas personas, y hasta temería pasear por la acera de la casa de la mujer. Aún teme.

Entonces el padre invitó a cenar a un matrimonio. Eran los padres de un chico que iba a colaborar con una banda, Malsujeto, en un festival pequeño de pueblo. Un festival de rock. No tenía mala pinta, así que la chica fue. 
Cuando llegaron era pronto, pero ya había una banda tocando: 
-Son buenos- comentó la mujer, en las gradas del polideportivo- ¿Son éstos los de Madrid?

A la chica le sonaba a Sonata Arctica, y grabó un trozo para su amiga vasca. Lo escuchó, no se entendía nada. La chica desistió. Escuchó, perpleja. ¿En España se hacía de verdad ésa música? 



La chica preguntó el nombre, pero no lo entendió. A la mañana siguiente, con la intención imparable de descubrir quienes eran aquellos que sonaban a Sonata Arctica, buscó todas las bandas del festival hasta dar con ellos. Raven's Gate, se llamaban.
Y entonces, la chica lo comentó en su blog, y lo compartió.

Un mes después se fue a Valencia a vivir. Conoció a chicas iguales que ella, o eso creía. Buscó las canciones de aquella banda y se las puso en su móvil, con Sonata, Nightwish y My Chemical Romance. 
La rueda empezó a girar. La chica era muy joven, no sabía cómo iba aquel mundillo de las bandas emergentes, ¿las bandas tocan de verdad fuera de estadios? ¿De verdad son...solo gente normal?
Poco a poco, mal, muy mal, pues la chica apenas sabía cómo moverse, cómo hablar a otras personas mayores que ella, cómo no idealizar o que cosas como la amistad no tenían edad en lo absoluto (años tocó para eso).
La chica empezó a ir a conciertos de aquella banda, primero con una cámara muy mala, luego, avergonzada, decidió que si quería seguir yendo a conciertos a hacer fotos, debería al menos llevar una cámara mejor. Entonces hacía demasiadas, no eran buenas, pero había algo en hacer aquellas fotos que la llamaba, le pedía hacer más, seguir yendo, conociendo más bandas. 
Apenas habían pasado un año y poco y de pronto se veía cada sábado en la puerta de una sala, cámara en mano, alegre si veía aquellos cuervos que le habían abierto la puerta, sin darse cuenta, a un mundo donde por primera vez se veía muy cómoda.


Fotos, bandas, músicos, giras, gente que era como ella. Gente que hacía que se sintiera realmente extraña cuando tenían la feliz idea de abrazarla, o decirle lo bonica que era, o si quería que la acercaran a casa, o que si quería saber cualquier cosa de Alien o Metallica, eran enciclopedias andantes. O que su trabajo era bueno, que siguiera haciendo fotos, que le daban...¿pase? ¿Entrar gratis por hacer fotos y escribir una crónica? ¡Increíble! 
Al cabo de poco, aquellos que había conocido en un festival por casualidad se fueron haciendo amigos, algunos, una especie de pequeña familia. 
Las heridas que llevaba por años cicatrizando la sumieron en una oscuridad horrible. Pero siempre quedaban los bolos, el saber que no estaba realmente sola, que era apreciada en aquel mundo, que tenía un hueco.

El cómo un grupo de personas en un pequeño festival de pueblo, donde dio la casualidad que fuera porque, coño, es de rock, no puede estar tan mal, fueron capaces de hacer que poco a poco, sin pretenderlo, una persona en el limbo de no saber qué hacer, o si era mínimamente válida, supiera cual era su lugar, es algo que aún se me escapa. Que se convirtieran en una segunda familia, también me resulta un misterio al igual que llegar a conocer a personas a las que hoy considero hermanos. Pero ahí está. 

La historia sigue, quizá aquella banda que escuché en aquel pequeño festival vaya a cambiar de una manera drástica, y que de pronto, se cierre ese ciclo. Pero ahí quedan los discos, de las bandas conocidas gracias a ellos de forma indirecta, y la sabiduría que supieron darme, junto a otras personas, para poder alzar poco a poco la cabeza.

Sois enormes, Raven's Gate. Gracias, una y mil veces y aún serán pocas.



Herestia, muy agradecida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario